Gonzalo Márquez Cristo (Bogotá, Colombia 1963) e Iván Zorin (Moscú, 1959)

Gonzalo Márquez Cristo (Bogotá, Colombia 1963). Poeta, ensayista, narrador y periodista. Ha publicado cuatro poemarios: Apocalipsis de la rosa (1988), La palabra liberada (2001), Oscuro Nacimiento (2005) y La morada fugitiva (2013). Un libro de cuentos: El Tempestario y otros relatos (1998); la novela Ritual de títeres (1992); Grandes entrevistas de Común Presencia (2010) y Las muertes inconclusas (Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot, 2015). Realizó la selección y el prólogo de El libro de la Tierra - Antología Mayor (2014), gran homenaje a nuestro planeta que contiene textos de 101 autores. En 1989 fundó la revista Común Presencia y funge como su director. En el año 2001 creó la Colección Internacional de Literatura Los Conjurados, distribuida en Puerto Rico, Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia; que cuenta con más de cien títulos publicados, en los géneros de poesía, ensayo, cuento, novela y testimonio. 


DE LO INEXORABLE

Soy uno de los genios heréticos que se rebelaron contra el Gran Soleimán, hijo de David (¡que sobre los dos haya paz!)
Descifrando mis artilugios el magnífico rey me derrotó y me castigó encerrándome en esta página, atrapándome en sus líneas, utilizando sus palabras como lianas, obligándome por siempre a este inútil monólogo exaltado.
Según lo establecido mi desolación será eterna; y sólo me es concedida una efímera libertad, una interrupción de mi condena, una huida de esta cárcel terrible de papel, durante el breve tiempo que algún desprevenido lector ocupe mi lugar...

EL OCULTO

Hoy he cumplido siete años de oscuridad y abstinencia. Fui vigilado incesantemente por guardianes que tenían la inapelable obligación de no dejar que nunca el ojo sin párpado del sol me viera, aislado y condenado a una excesiva austeridad... Pero he terminado al fin mi rigurosa preparación.
Hoy seré elegido. Oficiaré el primer sacrificio. Las nubes recibirán en adelante mis órdenes. Después, según la costumbre, agradeceré a la prolongada oscuridad el estar poblado de voces, de reflejos interiores, de pensamientos profundos y de reflexiones míticas; pues se sabe que todo lo que se hace en lo visible es irreal.
Ahora dejaré de ser el Oculto —me están llamando—. Al abandonar este amado y despreciado escondite sorprenderé al Sol naciente que ignora mi rostro, lo subyugaré con mis ritos ejercitados en las tinieblas y lo asesinaré. Mañana seré yo quien surja por el oriente en Sugamuxi.

PIZARRO

Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.


Iván Zorin (Moscú, 1959). Es un escritor y publicista ruso. Graduado del Instituto de Ingeniería y Física de Moscú, cátedra de física teorética especializado en física nuclear. Miembro de la Unión de los Escritores de Moscú. Su primer libro Los Juegos con el Sueño se publicó en 1992, por la editorial Interbook. Laureado con el Premio Voloshin y Premio “Zolotoy Vityaz”. Ha publicado: La eternidad de un momento. La Novela De Doscientos Autores – M.: RIPOL classic, 2016. Para qué Vivir si Mañana Morir - M.: RIPOL classic, 2016. Encarnación de un Pallazo - M.: RIPOL classic, 2014. En las Redes Sociales - M.: EKSMO, 2014. La Eternidad del Mundo. La Secta de la Verdad – M.: ID Pegaso, 2011. El Regreso de la Metafísica – M.: ID Pegaso, 2011. Llegar a Ser Dios para Sí Mismo – M.: ID Pegaso, 2011. La Carta al Amigo Beloruso– M.: ID Pegaso, 2011 (antología de artículos). La Confesión sobre el Tiempo– M.: ID Pegaso, 2011 (re edición). El Genio del Día Pasado – M.: Proporción Justa, 2010. La Confesión sobre el Tiempo– M.: Editorial Bellas Letras, 1998. Las Letras en el Pilar de Orihalkov – M.: Editorial Carta Blanca, 1993. Los Juegos con el Sueño – M.: Editorial Interbook 1992.

Traducción al castellano por Olga Slyunko

EL ESTANCIERO PALOMINO VERGARA LEYENDO A BORGES

Ilarión Evgráfovich Palomino Vergara estaba en el camino a su latifundio. La capa de nieve helada estaba crujiendo, las cimas de los árboles aguijaban el sol, y el cochero daba chasquidos gallardamente. Para llegar antes de la oscuridad salieron de la ciudad de madrugada, pero en el camino los atracaron. Había siete malandros con rastrillos, sin embargo Ilarión Evgráfovich en otros tiempos sirvió de soldado y desde entonces siempre llevaba a todas partes las pistolas. Se defendieron, perdiendo los gorros de piel, pero tuvieron que dar una vuelta, y además Matveich bizco de nacimiento, giró por el camino equivocado del susto.
Ilarión Evgráfovich sintió piadosa hambre y ya estaba arrepentido de no haber traído vatrushkas[1]. El tañido del estómago está peor que el campanilleo”, – pensaba él cruzándose y para distraerse empezó a recordar al escritor cuyo nombre estaba en boca de todos, aunque era difícil de pronunciar. En los salones alababan su patria de ultramar – a Ilarión Evgráfovich se le olvidó el nombre de ese país ya en el liceo, – y la institutriz del terrateniente llamada Puntiaguda, lo leía en voz alta en español. Ilarión Evgráfovich chascaba y arqueaba las cejas con importancia. En español sólo entendía que él no era Ferdinando VIII y que el bey[2] argelino tenía un chichón justo debajo de la nariz. Pero su amigo Pajarito que pasaba por literato porque hablaba como escribía y componía para toda la ciudad las notas amorosas lo llevó a la librería. Te quedaste demasiado en tu Monteyculebra – como un mosquito impertinente zumbaba él, bajándose al sótano. Y allí detrás de una puerta aflojada bien sea un griego o un judío inquieto y de nariz encorvada le metió a Ilarión Evgrafovich un volumencito con una cubierta de cuero. “Buena traducción, – bajando los anteojos hasta la nariz, presumió hojeando. – ¿Cuánto pedirás por eso?” El hombre de Oriente no se privó “Vaya, qué ratón de biblioteca…” – Ilarión Evgráfovich dijo “hum”. Pero asustado de mostrar su negligencia se despidió con la asignación. “Qué te lleve la cólera”, – pensaba él, teniéndole la mano a Pajarito para despedirse. En cambio ahora debajo del abrigo de piel su costado chocaba contra el libro que recordaba los dedos pegajosos de bien sea un griego o un judío.
Tintineaban las campanitas, los campos infinitos se alternaban con bosques interminables, y por eso le daba sueño. “¿Falta mucho, Matveich?” – gritó Ilarión Evgráfovich para atemorizar, y sin esperar la respuesta acercó las letras a los ojos miopes. Y ahí mismo empezó el viaje en el libro por las llanuras llenas de sol pasando pastaderos quemados, arreas locas y aldeas frágiles, donde los pastores borrachos se apuñalan el uno al otro. He aquí que cayeron los dos de la taberna. Uno metió la mano en el pecho, el otro en el caño de su bota. “Tú tienes algo ahí… – dijo entre dientes el primero. – Sácalo, vamos a comparar…” “Tú ya me habías matado en la encarnación anterior”, – protestó el otro con indiferencia, – ahora es mi turno…” “Bobo, – pensó Ilarión Evgráfovich, – uno da un puñetazo primero…” Y recordó Turquía, donde estaba su regimiento, los pueblos salvajes, sus caballos descalzos y valentía hasta la primera descarga. “¡No seas travieso!” – gritó él en español. – O si no te llevo de inmediato al isprávnik[3]…” Los pastores pusieron sus gorros en la cadera, quemándose con las miradas. Pero no se atrevieron a sacar los cuchillos. “Se necesita el azote… – pensaba partiendo Ilarión Evgráfovich. – La cultura no son hongos – no crece con la lluvia…”
A cada lado estaba de escolta una gran cantidad de nieve. A Ilarión Evgráfovich le empezó a cosquillear la nariz. Sintiendo el hormigueo, se metió la mano al bolsillo y alcanzó a estornudar en el pañuelo. El libro se cayó. Él lo hojeó una media hora, pero ya no encontró el mismo lugar. “Sin embargo es muy grueso…” – musitó él. Matveich entonó “El Cochero”[4] “La vida es una larga canción, – pensó Ilarión Evgráfovich, – en la juventud canta la pasión, en la viejez – enfermedad…” Y en la somnolencia le pareció como si en el sueño él estuviera esculpiendo a Matveich de barro como El Altísimo. El corazón, el hígado, anguarina[5] desgarrada. Le encasquetó encima de su cabeza una melena de peluca blanca, le pintó las pestañas con brea, le volvió bizcos los ojos y maquilló las mejillas con la sangre de toro. Lo sujetó a las bridas y estiró la mano hacia la pipa turca, admirando su trabajo, cuando de repente sintió que él mismo estaba esculpido en barro por alguien en su sueño, como si fuera una manta hecha de pedazos, cosido de pedacitos de tela, separado de la oscuridad, jalando las orejas, como una zanahoria. Ilarión Evgráfovich empezó a castañetear con los dientes, pero no escuchó el sonido. Y entonces con la dolorosa humillación se dio cuenta de que él también no era sino un espíritu, que alguien está soñando… “¡Eso sí que no!” – él comenzó a patalear con los pies dormidos, – yo conozco a mi Señor…”Es porque el frío está mordiendo…” – se frotaba las orejas rojas debajo de la solapa. Surgió goteando el amanecer. Ahora estaba comiendo uha[6] en la taberna, y la cabezota del pescado bizqueando los irises turbiamente, de repente movió los pómulos y refunfuñó algo en español: “A ver tío, ¿ya comió?” un gallo cacaraqueó detrás de la ventana. Pero a Ilarión Evgráfovich después de la comida le gustaba descansar, y en su aldea ya hace rato degollaron a todos los gallos escandalosos. Y entonces entendió que nunca había despertado, que su pesadilla anterior estaba escondida, en otro sueño como en una matrioshka[7]. “Se mete en la cabeza cualquier porquería… – maldijo, quitando el guante y limpiándose las narices desde el trineo. – Todo es culpa del libro…”
Sin embargo abrió en la mitad y siguió leyendo. En la Última Cena los conspiradores le disparan balas al gobernador. Pero hay un traidor entre ellos. Él entrega a los compañeros y muriendo se vuelve un héroe. “¿Y qué hay de extraño en eso? – Tosiendo en el puño, Ilarión Evgráfovich acarició su barba, – no se puede violar el juramento… Y para los rebeldes hay una horca…” Ya tasaba la plata y mentaba la madre a todos los griegos y judíos. “Cualquier apicultor lo inventa mejor… – le estaba dando vueltas al libro en las manos. – Lo más probable es que el Pajarito les tomó el pelo a todos…” En la vuelta el trineo se movió bruscamente, se inclinó. Matveich casi se cayó del asiento, Ilarión Evgráfovich dejó caer el libro. “Mantén derecho… – gritó él. – Estoy leyendo…” Después de haber quitado la nieve él quiso entender por qué el traidor se volvió el héroe, pero otra vez no encontró la página anterior. “No importa, – desdeñó, – Voy a leer al azar…” Apretándolo a la rodilla, él se puso a chasquear las páginas como si fuera baraja, y abrió con la uña al azar. “Ilarión Evgráfovich Palomino Vergara estaba en el camino a su hacienda, – se abrió. – La capa de nieve helada estaba crujiendo, las cimas de los árboles aguijaban el sol, y el cochero daba chasquidos gallardamente”... Ilarión Evgráfovich se pellizcó la mejilla, y por no sentir el dolor pensó que la tenía helada. “Eso ya es demasiado aburrido, – pensó él, – Qué más se puede hacer aquí si igual en la tarde ya estaré en Monteyculebra…” Y empezó a imaginar cómo se iba a frotar la mejilla con el vodka[8].
Ellos daban más y más vueltas, las verstas[9] se pegaban al trineo, y en los montones de nieve se reían a carcajadas los demonios. Ilarión Evgráfovich ya estaba bastante aburrido con el libro, se puso a bostezar y ahora se veía desempeñando el papel de Hamlet en el teatro. Aquí está apareciendo la sombra del padre Rey, aquí está sollozando en su hombro Ofelia, y detrás de la cortina está Polonio, parecido a Matveich, entornando los ojos con astucia. Y de repente Ilarión Evgráfovich se da cuenta que desde la sala oscura alguien está descartando a los actores, quitándolos del escenario como las piezas de ajedrez. El espectáculo se reducía como la piel de zapa[10], que tenía los papeles escritos en los bordes, y al final Ilarión Evgráfovich se quedó solo. “Ser o no ser” – se quedó petrificado al borde del escenario y extendió los brazos como un espantapájaros. “No ser”, – se oyó un eco sordo desde la oscuridad. El horror se apoderó de Ilarión Evgráfovich. De repente se dio cuenta por qué desaparecían los personajes: se morían antes del plazo porque detrás de las espaldas de Shakespeare estaba otro autor quien deslizaba su pluma…
Ilarión Evgráfovich maldijo. Él ya no se atrevía a leer seguido, sino se apropiaba de las frases separadas como lo hacen las señoritas adivinando en las Pascuas de Navidad. “Cuando Dios creaba el tiempo, Él lo creó suficiente”, – leyó él al azar. “Cuando tengo cosecha, los holgazanes se burlan”, – se rio Palomino Vergara. Pero de repente le vinieron unos pensamientos extraños. Le pareció que estaba andando adentro de un huevo gigantesco con una cáscara brillando como la nieve, y que nunca iba a llegar a su Monteyculebra. “De pronto la vida es un laberinto que no está construido para nosotros, – le impactó esta frase en el libro, – y en la casa de otro no tiene sentido buscar la puerta…” “Ni lo piensen, – se rio Ilarión Evgráfovich otra vez. – Seguramente voy a mi casa…” Sin embargo no estaba para reír. Para saber el final él quería regresar a la narración sobre sí mismo. Baboseando los dedos él arrugaba el papel convulsivamente, pero sólo lo manchó de saliva. Entonces se fijó el remiendo en la espalda de Matveich, y no se atrevía a llamarlo. Le dio miedo. De repente se dio cuenta que el otro hace rato se había perdido y ahora por el miedo de reconocerlo estaba por ahí sin conocer el camino.
El destino nunca es recto, siempre va haciendo curvas antes de llegar al cementerio”, – se puso de mal agüero el libro. Antes no le hubiera prestado atención. Haciendo unas muecas uno al otro así filosofaban en el henil sus vasallos Andrey Fadeev y Fadey Andreev, los que él siempre confundía. “Para eso existe la iglesia, – los amenazaba con el dedo, – y filosofar por su cuenta es lo mismo que desencajarse los ojos en el trastero…”
Pero ahora el crepúsculo se ponía más denso, la nieve se pegaba al patín, y los ojos se cegaban por la ventisca.
Por un momento sintió lástima de sí mismo, él imaginó la cara acalorada de Pajarito, las peleas con la nobleza y los suspiros fingidos de la servidumbre.  “Ay, bárin, bárín[11] señor…” – se van a lamentar las viejas de la aldea, y las señoras del salón van a sollozar recelando por sus narices empolvadas. Entonces Ilarión Evgráfovich pensó que todo el mundo es Turquía, donde todos ora se pelean ora se lamen como perros…
Las estrellas quedaron pendidas en el cielo. Pero ya no se podía distinguir las letras, tampoco la coronilla de Matveich. Se le pusieron azules los labios a Ilarión Evgráfovich, y en sus bigotes se enredaban los carámbanos. Por el frío le daba diente con diente, pero no oía el golpeteo. “Como si fuera un espíritu”, – pensó él y tiró el libro a la nieve.
A Matveich lo encontraron helado sólo en primavera. El cadáver estaba mordisqueado por los lobos, pero lo reconocieron por la zamarra rota. A Ilarión Evgráfovich no lo encontraron jamás. Corrieron rumores que se hubiera perdido en el libro después de haber encontrado la narración sobre sí mismo. Porque antes de llegar él tenía que leer sobre su llegada. Y antes de terminar de leer – llegar…






[1] Vatrushka es una especie de pastel ruso con requesón.
[2] Bey es un título entre los árabes.
[3] Ispravnik es un jefe de policía de distrito en la Rusia zarista.
[4] “Cochero, no fuerces a los caballos” (en ruso «Ямщи́к, не гони́ лошаде́й») es una romanza rusa de los comienzos del siglo XX.
Cochero, no arrees a los caballos,
Ya no tengo más prisa para llegar,
Ya no tengo a quién amar,
Cochero, no arrees a los caballos.
[5] Anguarina (en ruso «зипун», zipún) es un abrigo ruso antiguo.
[6] Uha es una sopa de pescado.
[7] Matrioshka es una muñeca de madera con vestido ruso campesino, que contiene otras de menor tamaño.
[8] Se frotan las mejillas con vodka o con alcohol para descongelarlas después de someterse al frío severo.
[9] Versta es una medida de distancia en la Rusia zarista.
[10] La piel de zapa (en el original en francés: La peau de chagrin) es una novela de 1831 del escritor y dramaturgo francés Honoré de Balzac (1799-1850). La obra cuenta la historia de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que satisface cada uno de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel se encoge y consume una porción de su energía vital. Se refiere a algo que se desaparece irreversiblemente todo el tiempo.
[11] Barin es un noble, terrateniente, aristócrata o alto funcionario en la Rusia zarista.

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