Gonzalo
Márquez Cristo (Bogotá,
Colombia 1963). Poeta,
ensayista, narrador y periodista. Ha publicado cuatro poemarios: Apocalipsis de la rosa (1988), La palabra liberada (2001), Oscuro Nacimiento (2005) y La morada fugitiva (2013). Un libro de
cuentos: El Tempestario y otros relatos
(1998); la novela Ritual de títeres
(1992); Grandes entrevistas de Común
Presencia (2010) y Las muertes
inconclusas (Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot, 2015).
Realizó la selección y el prólogo de El libro de la Tierra - Antología Mayor
(2014), gran homenaje a nuestro planeta que contiene textos de 101 autores. En
1989 fundó la revista Común Presencia y funge como su director. En el año 2001
creó la Colección Internacional de Literatura Los Conjurados, distribuida en
Puerto Rico, Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia; que cuenta con más de cien
títulos publicados, en los géneros de poesía, ensayo, cuento, novela y
testimonio.
DE LO
INEXORABLE
Soy uno de los genios heréticos
que se rebelaron contra el Gran Soleimán, hijo de David (¡que sobre los dos
haya paz!)
Descifrando mis artilugios el
magnífico rey me derrotó y me castigó encerrándome en esta página, atrapándome
en sus líneas, utilizando sus palabras como lianas, obligándome por siempre a
este inútil monólogo exaltado.
Según lo establecido mi
desolación será eterna; y sólo me es concedida una efímera libertad, una
interrupción de mi condena, una huida de esta cárcel terrible de papel, durante
el breve tiempo que algún desprevenido lector ocupe mi lugar...
EL OCULTO
Hoy he cumplido siete años de
oscuridad y abstinencia. Fui vigilado incesantemente por guardianes que tenían la
inapelable obligación de no dejar que nunca el ojo sin párpado del sol me
viera, aislado y condenado a una excesiva austeridad... Pero he terminado al
fin mi rigurosa preparación.
Hoy seré elegido. Oficiaré el
primer sacrificio. Las nubes recibirán en adelante mis órdenes. Después, según
la costumbre, agradeceré a la prolongada oscuridad el estar poblado de voces,
de reflejos interiores, de pensamientos profundos y de reflexiones míticas;
pues se sabe que todo lo que se hace en lo visible es irreal.
Ahora dejaré de ser el Oculto —me
están llamando—. Al abandonar este amado y despreciado escondite sorprenderé al
Sol naciente que ignora mi rostro, lo subyugaré con mis ritos ejercitados en
las tinieblas y lo asesinaré. Mañana seré yo quien surja por el oriente en
Sugamuxi.
PIZARRO
Extraños designios me dieron el
poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de
derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo,
rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.
Iván Zorin (Moscú, 1959).
Es un escritor y publicista ruso. Graduado del Instituto de Ingeniería y Física
de Moscú, cátedra de física teorética especializado en física nuclear. Miembro
de la Unión de los Escritores de Moscú. Su primer libro Los Juegos con el Sueño se publicó en 1992, por la editorial
Interbook. Laureado con el Premio Voloshin y Premio “Zolotoy Vityaz”. Ha
publicado: La eternidad de un momento.
La Novela De Doscientos Autores – M.:
RIPOL classic, 2016. Para qué Vivir si
Mañana Morir - M.: RIPOL classic, 2016. Encarnación
de un Pallazo - M.: RIPOL classic, 2014. En las Redes Sociales - M.: EKSMO, 2014. La Eternidad del Mundo. La
Secta de la Verdad – M.: ID Pegaso, 2011. El Regreso de la Metafísica – M.: ID Pegaso, 2011. Llegar a Ser Dios para Sí Mismo – M.: ID
Pegaso, 2011. La Carta al Amigo Beloruso–
M.: ID Pegaso, 2011 (antología de artículos). La Confesión sobre el Tiempo– M.: ID Pegaso, 2011 (re edición). El Genio del Día Pasado – M.: Proporción
Justa, 2010. La Confesión sobre el Tiempo–
M.: Editorial Bellas Letras, 1998. Las
Letras en el Pilar de Orihalkov – M.: Editorial Carta Blanca, 1993. Los Juegos con el Sueño – M.: Editorial
Interbook 1992.
Traducción al castellano por Olga Slyunko
EL ESTANCIERO PALOMINO
VERGARA LEYENDO A BORGES
Ilarión Evgráfovich Palomino Vergara estaba en el
camino a su latifundio. La capa de nieve helada estaba crujiendo, las cimas de
los árboles aguijaban el sol, y el cochero daba chasquidos gallardamente. Para
llegar antes de la oscuridad salieron de la ciudad de madrugada, pero en el
camino los atracaron. Había siete malandros con rastrillos, sin embargo Ilarión
Evgráfovich en otros tiempos sirvió de soldado y desde entonces siempre llevaba
a todas partes las pistolas. Se defendieron, perdiendo los gorros de piel, pero
tuvieron que dar una vuelta, y además Matveich bizco de nacimiento, giró por el
camino equivocado del susto.
Ilarión Evgráfovich sintió piadosa hambre y ya estaba
arrepentido de no haber traído vatrushkas[1]. El tañido del estómago está
peor que el campanilleo”, – pensaba él cruzándose y para distraerse empezó a
recordar al escritor cuyo nombre estaba en boca de todos, aunque era difícil de
pronunciar. En los salones alababan su patria de ultramar – a Ilarión
Evgráfovich se le olvidó el nombre de ese país ya en el liceo, – y la
institutriz del terrateniente llamada Puntiaguda,
lo leía en voz alta en español. Ilarión Evgráfovich chascaba y arqueaba las
cejas con importancia. En español sólo entendía que él no era Ferdinando VIII y
que el bey[2]
argelino tenía un chichón justo debajo de la nariz. Pero su amigo Pajarito que
pasaba por literato porque hablaba como escribía y componía para toda la ciudad
las notas amorosas lo llevó a la librería. Te quedaste demasiado en tu
Monteyculebra – como un mosquito impertinente zumbaba él, bajándose al sótano.
Y allí detrás de una puerta aflojada bien sea un griego o un judío inquieto y
de nariz encorvada le metió a Ilarión Evgrafovich un volumencito con una
cubierta de cuero. “Buena traducción, – bajando los anteojos hasta la nariz, presumió
hojeando. – ¿Cuánto pedirás por eso?” El hombre de Oriente no se privó “Vaya,
qué ratón de biblioteca…” – Ilarión Evgráfovich dijo “hum”. Pero asustado de
mostrar su negligencia se despidió con la asignación. “Qué te lleve la cólera”,
– pensaba él, teniéndole la mano a Pajarito para despedirse. En cambio ahora
debajo del abrigo de piel su costado chocaba contra el libro que recordaba los
dedos pegajosos de bien sea un griego o un judío.
Tintineaban las campanitas, los campos infinitos se
alternaban con bosques interminables, y por eso le daba sueño. “¿Falta mucho,
Matveich?” – gritó Ilarión Evgráfovich para atemorizar, y sin esperar la
respuesta acercó las letras a los ojos miopes. Y ahí mismo empezó el viaje en
el libro por las llanuras llenas de sol pasando pastaderos quemados, arreas
locas y aldeas frágiles, donde los pastores borrachos se apuñalan el uno al
otro. He aquí que cayeron los dos de la taberna. Uno metió la mano en el pecho,
el otro en el caño de su bota. “Tú tienes algo ahí… – dijo entre dientes el
primero. – Sácalo, vamos a comparar…” “Tú ya me habías matado en la encarnación
anterior”, – protestó el otro con indiferencia, – ahora es mi turno…” “Bobo, –
pensó Ilarión Evgráfovich, – uno da un puñetazo primero…” Y recordó Turquía,
donde estaba su regimiento, los pueblos salvajes, sus caballos descalzos y
valentía hasta la primera descarga. “¡No seas travieso!” – gritó él en español.
– O si no te llevo de inmediato al isprávnik[3]…” Los pastores pusieron sus
gorros en la cadera, quemándose con las miradas. Pero no se atrevieron a sacar
los cuchillos. “Se necesita el azote… – pensaba partiendo Ilarión Evgráfovich.
– La cultura no son hongos – no crece con la lluvia…”
A cada lado estaba de escolta una gran cantidad de
nieve. A Ilarión Evgráfovich le empezó a cosquillear la nariz. Sintiendo el
hormigueo, se metió la mano al bolsillo y alcanzó a estornudar en el pañuelo.
El libro se cayó. Él lo hojeó una media hora, pero ya no encontró el mismo
lugar. “Sin embargo es muy grueso…” – musitó él. Matveich entonó “El Cochero”[4] “La
vida es una larga canción, – pensó Ilarión Evgráfovich, – en la juventud canta
la pasión, en la viejez – enfermedad…” Y en la somnolencia le pareció como si
en el sueño él estuviera esculpiendo a Matveich de barro como El Altísimo. El
corazón, el hígado, anguarina[5]
desgarrada. Le encasquetó encima de su cabeza una melena de peluca blanca, le
pintó las pestañas con brea, le volvió bizcos los ojos y maquilló las mejillas
con la sangre de toro. Lo sujetó a las bridas y estiró la mano hacia la pipa
turca, admirando su trabajo, cuando de repente sintió que él mismo estaba
esculpido en barro por alguien en su sueño, como si fuera una manta hecha de
pedazos, cosido de pedacitos de tela, separado de la oscuridad, jalando las
orejas, como una zanahoria. Ilarión Evgráfovich empezó a castañetear con los
dientes, pero no escuchó el sonido. Y entonces con la dolorosa humillación se
dio cuenta de que él también no era sino un espíritu, que alguien está soñando…
“¡Eso sí que no!” – él comenzó a patalear con los pies dormidos, – yo conozco a
mi Señor…”Es porque el frío está mordiendo…” – se frotaba las orejas rojas
debajo de la solapa. Surgió goteando el amanecer. Ahora
estaba comiendo uha[6] en
la taberna, y la cabezota del pescado bizqueando los irises turbiamente, de
repente movió los pómulos y refunfuñó algo en español: “A ver tío, ¿ya comió?”
un gallo cacaraqueó detrás de la ventana. Pero a Ilarión Evgráfovich después de
la comida le gustaba descansar, y en su aldea ya hace rato degollaron a todos
los gallos escandalosos. Y entonces entendió que nunca había despertado, que su
pesadilla anterior estaba escondida, en otro sueño como en una matrioshka[7]. “Se
mete en la cabeza cualquier porquería… – maldijo, quitando el guante y
limpiándose las narices desde el trineo. – Todo es culpa del libro…”
Sin embargo abrió en la mitad y siguió leyendo. En la
Última Cena los conspiradores le disparan balas al gobernador. Pero hay un
traidor entre ellos. Él entrega a los compañeros y muriendo se vuelve un héroe.
“¿Y qué hay de extraño en eso? – Tosiendo en el puño, Ilarión Evgráfovich
acarició su barba, – no se puede violar el juramento… Y para los rebeldes hay
una horca…” Ya tasaba la plata y mentaba la madre a todos los griegos y judíos.
“Cualquier apicultor lo inventa mejor… – le estaba dando vueltas al libro en
las manos. – Lo más probable es que el Pajarito les tomó el pelo a todos…” En
la vuelta el trineo se movió bruscamente, se inclinó. Matveich casi se cayó del
asiento, Ilarión Evgráfovich dejó caer el libro. “Mantén derecho… – gritó él. –
Estoy leyendo…” Después de haber quitado la nieve él quiso entender por qué el
traidor se volvió el héroe, pero otra vez no encontró la página anterior. “No
importa, – desdeñó, – Voy a leer al azar…” Apretándolo a la rodilla, él se puso
a chasquear las páginas como si fuera baraja, y abrió con la uña al azar.
“Ilarión Evgráfovich Palomino Vergara estaba en el camino a su hacienda, – se
abrió. – La capa de nieve helada estaba crujiendo, las cimas de los árboles
aguijaban el sol, y el cochero daba chasquidos gallardamente”... Ilarión
Evgráfovich se pellizcó la mejilla, y por no sentir el dolor pensó que la tenía
helada. “Eso ya es demasiado aburrido, – pensó él, – Qué más se puede hacer
aquí si igual en la tarde ya estaré en Monteyculebra…” Y empezó a imaginar cómo
se iba a frotar la mejilla con el vodka[8].
Ellos daban más y más vueltas, las verstas[9] se
pegaban al trineo, y en los montones de nieve se reían a carcajadas los
demonios. Ilarión Evgráfovich ya estaba bastante aburrido con el libro, se puso
a bostezar y ahora se veía desempeñando el papel de Hamlet en el teatro. Aquí
está apareciendo la sombra del padre Rey, aquí está sollozando en su hombro
Ofelia, y detrás de la cortina está Polonio, parecido a Matveich, entornando
los ojos con astucia. Y de repente Ilarión Evgráfovich se da cuenta que desde
la sala oscura alguien está descartando a los actores, quitándolos del
escenario como las piezas de ajedrez. El espectáculo se reducía como la piel de
zapa[10],
que tenía los papeles escritos en los bordes, y al final Ilarión Evgráfovich se
quedó solo. “Ser o no ser” – se quedó petrificado al borde del escenario y
extendió los brazos como un espantapájaros. “No ser”, – se oyó un eco sordo
desde la oscuridad. El horror se apoderó de Ilarión Evgráfovich. De repente se
dio cuenta por qué desaparecían los personajes: se morían antes del plazo
porque detrás de las espaldas de Shakespeare estaba otro autor quien deslizaba
su pluma…
Ilarión Evgráfovich maldijo. Él ya no se atrevía a
leer seguido, sino se apropiaba de las frases separadas como lo hacen las
señoritas adivinando en las Pascuas de Navidad. “Cuando Dios creaba el tiempo,
Él lo creó suficiente”, – leyó él al azar. “Cuando tengo cosecha, los
holgazanes se burlan”, – se rio Palomino Vergara. Pero de repente le vinieron
unos pensamientos extraños. Le pareció que estaba andando adentro de un huevo
gigantesco con una cáscara brillando como la nieve, y que nunca iba a llegar a
su Monteyculebra. “De pronto la vida es un laberinto que no está construido
para nosotros, – le impactó esta frase en el libro, – y en la casa de otro no
tiene sentido buscar la puerta…” “Ni lo piensen, – se rio Ilarión Evgráfovich
otra vez. – Seguramente voy a mi casa…” Sin embargo no estaba para reír. Para
saber el final él quería regresar a la narración sobre sí mismo. Baboseando los
dedos él arrugaba el papel convulsivamente, pero sólo lo manchó de saliva.
Entonces se fijó el remiendo en la espalda de Matveich, y no se atrevía a
llamarlo. Le dio miedo. De repente se dio cuenta que el otro hace rato se había
perdido y ahora por el miedo de reconocerlo estaba por ahí sin conocer el
camino.
El destino nunca es recto, siempre va haciendo curvas
antes de llegar al cementerio”, – se puso de mal agüero el libro. Antes no le
hubiera prestado atención. Haciendo unas muecas uno al otro así filosofaban en
el henil sus vasallos Andrey Fadeev y Fadey Andreev, los que él siempre
confundía. “Para eso existe la iglesia, – los amenazaba con el dedo, – y
filosofar por su cuenta es lo mismo que desencajarse los ojos en el trastero…”
Pero ahora el crepúsculo se
ponía más denso, la nieve se pegaba al patín, y los ojos se cegaban por la
ventisca.
Por un momento sintió lástima
de sí mismo, él imaginó la cara acalorada de Pajarito, las peleas con la
nobleza y los suspiros fingidos de la servidumbre. “Ay, bárin, bárín[11] señor…” – se van a lamentar las viejas de la aldea, y las señoras del
salón van a sollozar recelando por sus narices empolvadas. Entonces Ilarión
Evgráfovich pensó que todo el mundo es Turquía, donde todos ora se pelean ora
se lamen como perros…
Las estrellas quedaron
pendidas en el cielo. Pero ya no se podía distinguir las letras, tampoco la
coronilla de Matveich. Se le pusieron azules los labios a Ilarión Evgráfovich,
y en sus bigotes se enredaban los carámbanos. Por el frío le daba diente con
diente, pero no oía el golpeteo. “Como si fuera un espíritu”, – pensó él y tiró
el libro a la nieve.
A Matveich lo encontraron
helado sólo en primavera. El cadáver estaba mordisqueado por los lobos, pero lo
reconocieron por la zamarra rota. A Ilarión Evgráfovich no lo encontraron
jamás. Corrieron rumores que se hubiera perdido en el libro después de haber
encontrado la narración sobre sí mismo. Porque antes de llegar él tenía que
leer sobre su llegada. Y antes de terminar de leer – llegar…
[1] Vatrushka es una especie de pastel
ruso con requesón.
[2] Bey es un título entre los árabes.
[3] Ispravnik es un jefe de policía de
distrito en la Rusia zarista.
[4] “Cochero,
no fuerces a los caballos” (en ruso «Ямщи́к, не гони́ лошаде́й»)
es una romanza rusa de los comienzos del siglo XX.
Cochero,
no arrees a los caballos,
Ya
no tengo más prisa para llegar,
Ya
no tengo a quién amar,
Cochero,
no arrees a los caballos.
[6] Uha es una sopa de pescado.
[7] Matrioshka es una muñeca de madera
con vestido ruso campesino, que contiene otras de menor tamaño.
[8] Se frotan las mejillas con vodka o
con alcohol para descongelarlas después de someterse al frío severo.
[9] Versta es una medida de distancia
en la Rusia zarista.
[10] La piel de zapa (en el original en francés: La peau
de chagrin) es una novela de 1831 del escritor y
dramaturgo francés Honoré de Balzac (1799-1850). La obra cuenta la historia
de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que satisface cada uno
de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel se encoge y
consume una porción de su energía vital. Se refiere a algo que se desaparece
irreversiblemente todo el tiempo.
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