Carlos García Rad (San Cristóbal, Venezuela 1974) y Dmitry Filippov (Kirishy, 1982)

Carlos García Rad (San Cristóbal, Venezuela 1974) Licenciado en Letras, con mención en Historia del Arte por la Universidad de los Andes. En el año 2000 fue primer Premio Daes de Poesía de la ULA, con la publicación de El libro de las luciérnagas. Ha sido publicado en webs y revistas literarias como Incomunidade (Portugal), Los Poetas del 5 (Chile), Panorama Cultural (Suecia), Alhucema (España).


TRES LUCES

La luz entra por la ventana, a pesar de las cortinas. Alumbra apenas la habitación en penumbra. Adentro el ambiente es de ocaso. Hay pájaros invisibles volviendo a sus nidos cansados. Todos mis pensamientos regresan también como esos pájaros.  El nido de mi pecho los acoge como la tierra acoge a los muertos. Ya es de noche, el imperio del luto se expande a sus anchas. Los colores son apenas recuerdos lejanos. ¿Era azul aquella camisa en el piso? Me acerco a verla. ¿Era verde acaso? Hace frío. Me pongo la camisa. Puedo ver aunque es de noche. Puedo ver las manchas de sangre en la almohada, aunque es de noche. Recuerdo cuando ella se cayó rompiéndose la cabeza. A ella no la puedo ver, aunque es de noche. Todo ocurrió en un momento de distracción, no fue culpa de nadie.
La noche se cierra como párpados cansados. Ya no puedo ver nada, abro los ojos, los cierro. No hay diferencia. ¿Estaré soñando? Poco a poco emerge una imagen de las tinieblas. No sé si tiene luz propia, o la alumbro yo con mis ojos como los faros de un carro.
Se empieza a definir una silueta luminosa como holograma. Es femenina. Se ve pero no se puede tocar. Empieza a tener rostro, al menos ojos. Me mira. La miro. Parece no tener peso. Se mueve por la habitación incorpórea, fantasmal. Pero no es un fantasma. Está viva. ¿Será ella? Todo se va a negro de nuevo. Ella no está. Empiezan a aparecer luces circulares de colores. ¿Es posible el color sin luz? ¿Es mi mente la que proyecta estas cosas? De nuevo no puedo ver. Intento ir hacia la puerta, pero no la encuentro. Solo encuentro la cama y la almohada aquella con su sangre. Ella se cayó y se rompió la cabeza. No fue mi culpa, tampoco de ella.
Los perros ladran. Parece que hay gente alrededor de la casa, aunque puede ser paranoia. Vuelven las luces circulares. Parecen el centro de un ojo. De un único ojo gigante, siento que me mira un cíclope negro. Me asusto. Cierro los ojos. No cambia nada. El ojo sigue ahí mirándome furiosamente, como si me dibujara. Los perros ladran rabiosos. Oigo pasos afuera, busco la puerta inútilmente, recorro las paredes como un ciego. Una, otra, otra más. Me falta una. Pero el ojo está justo ahí, esperándome. Los perros siguen ladrando, ahora con tanta rabia que si lo hicieran más fuerte morirían. Escucho voces afuera. ¿Serán reales? ¿Estaré soñando? Toda la situación está fuera de control. El ojo crece cada vez más. La silueta femenina aparece de nuevo. Está acostada sobre la almohada. La luz de su cabeza alumbra las manchas de sangre. Pero ya no se mueve, parece que está muerta. Pero resplandece. Escucho ruidos violentos dentro de la casa, hay voces de hombres. Tocan la puerta, una y otra vez. Cada vez más fuerte. La puerta está en el centro del ojo del cíclope negro. La puerta se rompe en pedazos de un solo golpe y entra una luz como un relámpago intensísimo y prolongado que me ciega. Es una ceguera blanca.  Levantan mi cuerpo de la cama. Afuera se escuchan sirenas, lo último que veo son tres luces: una blanca, otra roja y la azul.


Dmitry Filippov (Kirishy, 1982). Graduado de la facultad filológica de la Universidad Nacional de Leningrado A. S. Pushkin. En este momento trabaja en la Casa de la Juventud “Tsarskoselsky”. Publicó sus obras en las revistas literarias “La Bandera”, “El Norte”, “Volga”, “Nevá”. Laureado del premio “La Literatura Alternativa” 2012”, la lista larga del premio “Primera Obra” 2012 en la sección “prosa corta”, finalista del premio ruso-italiano “El Arco Iris 2013, 2014”. Es autor permanente de los periódicos “La Rusia Literaria”, “El Día de la Literatura”, “El Periódico Literario”. 
Traducción al castellano por Olga Slyunko

MANZANAS

En el zaguán olía a manzanas y a algo íntimo que no se podía definir en palabras exactas. La penumbra mostraba las siluetas de katiuskas, cestas, los frascos cubiertos de polvo en los anaqueles, una nevera vieja, un montón de chaquetones acolchados y camisolas viejas amontonadas. Gleb absorbió con las fosas este aire conocido y se sintió un poco alarmado. Con esa espina entró a la casa.
El suegro estaba sentado en la mesa limpiando pescado. En la jardinera acababan de madurar las manzanas, y ese olor a manzanas y pescado le contrajo los pómulos y llenó la boca con la saliva hambrienta.
-              Buen día, tío Nicolás, - dijo Gleb.
El suegro no se volteó, sólo sacudió las escamas pegadas al cuchillo.
-              ¿Puedo pasar la noche?
-              Dale.
El suegro puso el cuchillo al borde de la mesa. Se volteó.
Los hombres se miraban el uno al otro con mucha atención, royendo lo oculto, lo que no se ha dicho en voz alta.
Un pez desgarrado estiró con fuerza la cola, y con este movimiento convulsivo se tambaleó el mundo.
-              ¿Qué haces ahí parado?... Pasa.
Gleb se quitó la ropa de una forma cansada y pesada, estaba mucho tiempo enredándose con los cordones mojados, al fin se enderezó, pero no completamente, con el peso encima de los hombros inclinados. Miró alrededor. Intentó reconocer la casa. Las cosas habituales no reconocían a Gleb. La cama, la mesita, el armario, el busto de Lenin en la cómoda – todo atento, todo lo que no recuerda el tacto de sus manos. Desapareció la foto donde estaba con la mujer y el hijo al lado del invernadero, - un espacio vacío en la pared. Sólo un cuadro que se había protegido del polvo (treinta por cuarenta) entorpecía la vista.
-              Tus cosas están allá atrás. Ninka los empacó antes de irse.
-              ¿Dónde está ella?
-              En la ciudad.
-              Lo sé, ¿dónde exactamente?
El viejo se rio, pero dijo con dificultad:
-              Donde Sazhin.
-              Claro. ¿Hace tiempo?
-              Por allá un mes y medio.
En el zaguán faltaba el cochecito, pero Gleb lo pensó de una manera aislada. Sólo un pensamiento. Pasó como un relámpago y no dejó huella.
Su cuarto perdió el olor. ¿Y a qué olía antes? Gleb trató de recordar y ya no podía, como si hubieran pasado diez años. Las servilletas para niños, los cojines de lana de camello, los pelos de Nina, el peluche, los libros en los estantes – todo eso olía a comodidad. Y, sobre todo, el olor a caramelo que tenía el hijo… ¿Dónde está todo eso?
El hombre se sentó en la cama.
Entró el suegro. Puso ropa de cama en la silla.
- ¿Caliento el sauna?
- Sí.
Marsik – un gato blanco pelado con una ceja desgarrada, – entró corriendo al cuarto, saltó a la cama y puso la cabeza en las rodillas de Gleb. Como queriendo decir: “te reconocí, resiste”. Se le formó un nudo en la garganta. Para ahogarlo Gleb empezó a acariciar al gato con intensidad. El gato entendía, aguantaba y no se escapaba. Sólo ronroneaba con la garganta y batía la cola con fuerza sobre la cama.
Al fin sintió el alivio. Exhaló, se quitó de encima al gato. Se acercó a la ventana, tomó una manzana de la ventana, la pesó con un gesto suave, la tiró y devolvió al lugar donde estaba. Detrás de la ventana, en el lindero de la aldea, se congeló en el paisaje un abedul[1] centenario. Unas cigüeñas hicieron un nido en la misma cima. Gleb miraba a ese nido. No estaban las cigüeñas. Pero él miraba y las esperaba.
El suegro regresó de la calle, chancleteó a la cocina. En un par de minutos la sartén comenzó a chisporrotear.
Gleb sacó de la mochila una capa de camuflaje estropeada, se cambió.
-    Vente a cenar, llamó el suegro.
En la sartén estaba humeándose una brema[2] frita. En la mesa había pan negro[3], cortado bruscamente, pepinillos salados y salo[4]. Una botella de vodka. Dos copas gorditas grandes. El suegro miró a Gleb dudando.
-    ¿Para qué pusiste eso?
-    No es asunto tuyo.
-    No seas grosero. Te estoy hablando en cristiano.
-    Y yo qué, ¿en chino?
-    ¿Vas a tomar vodka?
Gleb tragó la saliva con glotonería.
-    .
-    Entonces sirve.
Gleb se sentó en la silla crujiente, desenroscó la tapa con un solo movimiento brusco, llenó las copas hasta los bordes.
-    Por el regreso, - dijo el suegro. – Porque sigues con vida.
Brindaron y tomaron.
El vodka cayó al estómago vacío y lo quemó. Gleb se arrugó.
-    Come.
Los hombres se lanzaron a devorar la comida. El suegro comía con importancia, masticaba de forma imponente, ponía al lado con cuidado las espinas pequeñas al borde del plato. Gleb masticaba con avaricia y agitación, llenando el estómago con el pescado caliente, pepinillos, salo, - tragando todo lo que había. Sirvieron otra más, tomaron.
-    ¿Qué vas a hacer?
-    No sé. Voy a trabajar.
-    Tienes una mirada vacía. Tienes que recuperarte.
-    Lo voy a hacer.
-    Claro que sí. No hay otra. Perdiste la esposa, el hijo…
-    Cállate, tío Nicolás.
-    Y si no, ¿qué haces?
-    Te corto la garganta, - pronunció pausado, sin rabia, y esa calma daba miedo.
-    Te convertiste en un animal.
Gleb no respondió nada. Sirvió otra copa.
-              Por todos... – y sin esperar al suegro, volteó la copa valientemente.
-   No te emborraches. No voy a atender a un borracho.
Gleb se quedó callado otra vez. Sólo los ojos brillaban con una luz firme, aguerrida en la sangre.
El sauna olía al calor de cien mil soles, pero ese calor no inquietaba sino calmaba. Sólo la cruz de cobre colgada en su pecho se puso incandescente de inmediato, y Gleb echándole la madre arrancó la cadena de prisa. Se sentó en el banco de estufa, tapó la cara con las palmas, esparciendo las gotas de sudor. Se puso roja la cicatriz en el antebrazo derecho. La bala atravesó de lado a lado, la herida se cicatrizó rápido, pero ahora en el sauna el brazo le empezó a doler de una forma aguda, como si le hubieran metido un clavo. El cuerpo estaba flaco, arrugado. La piel blanda con el vapor dibujaba en rojo las curvas de las costillas. Por el calor, además de los pensamientos raros y dulces, se le endureció… la carne, y Gleb pegó un salto, se puso a andar de un lado a otro secándose de la frente gotas de sudor y cubriendo con eso todo el cuerpo. Al fin no aguantó, se acercó al tanque de agua fría y se metió adentro de cabeza. Se elevó con rapidez, resopló. Luego llenó el tazón, se duchó, empezó a respirar con ruido y frecuencia. Se calmó. Los pensamientos dulces se fueron. Vadim, un zapador[5] joven del batallón decía que no es un pecado corrérsela, según él, para un zapador es sano corrérsela, así está más tranquilo. A Vadim lo alcanzó una granizada de balas cerca de Debaltsevo[6]. Lo tuvieron que armar por pedazos.
Gleb puso agua hirviendo a unas ramas de roble frescas, se echó agua otra vez y salió al vestuario. Una nube de vapor se elevaba del cuerpo rojo hacia el techo. Gleb sacó los cigarrillos y se puso a fumar con la puerta entreabierta. El aire fresco le acarició la espalda. Después tomaba el baño de vapor hasta fatigarse, se daba latigazos fuertes con las ramas, dejando en el cuerpo los fucilazos púrpura hinchados. Se sacudía la desesperación, llenando los vacíos con el olor húmedo a roble. Fue un rezo. Por los vivos y muertos, por el hijo, por lo que todo no es en vano, no es en vano…
El suegro le alistó una camisa limpia.
-    Cámbiate.
Gleb se quitó la capa de camuflaje.
-    ¿Qué es eso? – el suegro señaló los abscesos pequeños medio secos en el pecho.
-    Apagaban los cigarrillos.
Se quedaron callados un momento.
-    Ay de ti, muchacho, muchacho...
-    Se va a cicatrizar la herida antes de que me case. – Gleb trató de reírse sin ganas.
-    ¿Cuánto estuviste... donde ellos?
-    Cincuenta y dos días.
El suegro meneó la cabeza.
-    Tío Nicolás... – en la voz de Gleb apareció el tono pedigüeño. – ¿Hay más para tomar? El suegro escupió y fue a la cocina. Salió con la nueva botella.
-    La última.
Tiró la copa a la mesa con asco.
-    Te vas a dar a la bebida.
-    ¡No me importa!
Gleb tomaba de una manera penosa y pesada. El vodka tibia no le entraba, y él la empujaba hacia adentro con esfuerzo, tragando el mal sabor y comiendo la cebolla fresca crocante. Su mirada se nublaba, llenándose del pasto de pantano. Se le explotaron los capilares en los ojos, los blancos se cubrieron con líneas rojas. El suegro se sentó en el sillón y prendió el televisor. En la pantalla los tipos buenos cazaban a los malos. Una serie larga sin fin que imita a la vida. La presentan muchos años seguidos. Se cambian los actores, los directores, el guión, el nombre, pero la serie es la misma: una porquería sin salida.
-   ¿Es interesante? – preguntó Gleb.
-    Normal.
-   Si está normal, mira entonces.
-   Lo estoy mirando.
Gleb no terminó el vodka. Dejó caer la cabeza encima de la mesa y comenzó a roncar silbando ebrio y de manera pegajosa. El suegro le mentó la madre, se acercó a la mesa y abrazó al muchacho por detrás. Lo alzó de un solo empujón brusco.
-   Dale, dale Cochino…
Lo arrastró al cuarto. Gleb bramaba y estaba fuera de sí, borracho. Lo acostó en la cama y lo cobijó. Varios minutos estaba mirando al muchacho hundirse al sueño tan esperado. Luego salió para hacer una llamada.
-   Aló... Nina... Sé que es tarde. Vino Gleb... Está durmiendo... Sólo estoy llamando para que sepas… ¿Le digo algo?... Bueno, como quieras… Dale, chao.
Sacó el cigarrillo, encendió un fósforo con rabia, dio una fumada con placer.
En la casa puso los restos del vodka en el vaso y lo tomó en tres grandes tragos. Los pasó con unos aritos de cebolla.
El suegro no podía dormir mucho tiempo dando vueltas en la cama. La luna llena iluminó a través de las cortinas, cortando la cómoda con una raíz fría de plata. Lenin estaba mirando a este mundo con una inclinación sabia. El suegro salía a fumar, regresaba y otra vez se acostaba en la cama. No había sueño. Tampoco había sosiego en el alma.
A media noche Gleb empezó a gritar. Un bramido prolongado de bestia llenó por completo toda la casa, exigiendo su salida y lanzándose al cielo. El gritar borracho de Gleb daba miedo, salía de otro mundo, lo agarraba por los labios y no lo soltaba, retorciéndolo.
-   ¿Qué pasó? ¿Qué?
El suegro se acercó corriendo, agarró al muchacho por los hombros, se puso a sacudirlo, queriendo despertar, pero Gleb no estaba dormido. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Él miraba al suegro, no lo reconocía y seguía gritando, enroscando en los oídos el sedimento sucio, dolor y algo más absoluto e inhumano, que lo estaba arrastrando al fondo.
-   Qué vaina...
El suegro le tapó la boca con la palma, pero de inmediato pegó un grito y retiró bruscamente la mano mordida. Le dio un puño en la cara.
Gleb no sentía el dolor, seguía gritando, parando sólo para una inhalación rápida.
-   Qué vaina contigo muchacho…
Gleb se encogió en la cama, doblando las piernas, como hacen los fetos en la barriga de la madre, tratando de esconderse de algo horrible que lo estaba alcanzando. Pero no logró esconderse, y seguía gritando con una garganta ronca, incapaz de soltarse de ese delirio del sueño.
Y entonces el suegro agarró una manzana de la ventana y la metió en su boca. Las gotas empezaron a volar a diferentes partes. El sabor ácido de la niñez tocó la boca, y ese momento del reconocimiento restituyó el equilibrio al mundo.
Gleb se atragantó y rompió en sollozos, y el suegro agarró su cabeza y la apretó a su pecho, recibiendo con el regazo anciano la manzana mordisqueada. Mientras el otro agarró al anciano con sus manos delgadas nudosas y se pegó a él como un bebé, esparciendo las lágrimas y los mocos con la esperanza de que lo acariciaran y protegieran.
-   Bueno, ya, ya pasó muchacho, ya...
El desmayo retrocedía. El suegro acariciaba a Gleb por la cabeza erizada, el otro lloraba a su barriga, chillaba como perro golpeado, y en toda la tierra rusa no había dos personas más cercanas.




[1] Abedul es el nombre común para Betula, un género de árboles de la familia Betulaceae, un árbol más común es Rusia que forma parte de la cultura rusa desde la antigüedad.
[2] Brema o plática (Abramis brama) es un pez de agua dulce que habita en los ríos y lagos de Irlanda, Reino Unido, centro y norte de Europa, y Rusia.
[3] Pan de centeno muy común en Rusia.
[4]Salo es una receta típica de Ucrania, Rusia y Europa del Este consistente en tiras curadas de tocino de la espalda del cerdo o más raramente panza de cerdo. Típicamente en las versiones del este de Europa se sala o fermenta en salmuera y suele tratarse con pimentón u otros condimentos, mientras las del sur se ahúman a menudo.
[5] Los zapadores son los soldados que se dedican a la construcción de puentes y otras estructuras en tiempos de guerra. Además limpian o plantan minas terrestres y se encargan además de las demoliciones.

[6] Debáltsevo es  una ciudad de Ucrania donde en julio 2014 empezó el conflicto armado entre el gobierno ucraniano y los revolucionarios. Desde el febrero de 2015 forma parte del estado autoproclamado de la República Popular de Donetsk.

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