Carolina Lozada (Valera, Venezuela 1974) e Irina Batakova (Berestá, 1970)

Carolina Lozada (Valera, Venezuela 1974) Licenciada en letras mención lengua y literatura hispanoamericana y venezolana (Universidad de Los Andes, ULA, Mérida). Es investigadora de la Cinemateca Nacional. Ganadora del I Certamen Internacional de Relato Breve “El País Literario” con el cuento “Viejo bar. Viejo tango” (Madrid, 2005); del Premio Municipal de Narrativa Oswaldo Trejo por el libro de relatos Memorias de azotea (Mérida, 2006) y del Premio Nacional de Narrativa Solar por su libro Adictos y transeúntes (Mérida, 2007). Además, su libro Historias de mujeres y ciudades obtuvo mención publicación en el I Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2006) y mención de honor en el II Concurso de Narrativa Antonio Márquez Salas de la Asociación de Escritores de Mérida (Mérida, 2005), y Los cuentos de Natalia obtuvo mención publicación en el II Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2007).


RELACIONES EN TIEMPOS VERBALES
del libro Historias de mujeres y ciudades

Él espera la vida sentado en la parada del colectivo. Ella sube a la micro vestida de colores. Ambos ocupan asientos diagonales, cada cual asomado a la ventana que le correspondió. Los rostros, letreros y paradas se reproducen afuera, mientras ellos van pensando en sus tiempos verbales. Él, en su pretérito imperfecto, cuando se enamoraba, cuando amaba, cuando se casaba, cuando su mujer se iba y lo abandonaba. Ella, mientras, piensa en su futuro imperfecto, cuando la vida le sonría, cuando se vaya de la ciudad, cuando deje de llover sobre sus párpados mojados. Entretanto el presente va haciendo su parada, pero ninguno de los dos se percata de ello. El chofer mira por el espejo y observa ambos rostros opuestos entre sí entregar sus miradas al afuera que no los involucra. Pronto el autobús hará su última parada, siguiendo las señales en la vía, ambos bajarán y una vez fuera cruzarán una instantánea mirada y luego cada cual seguirá su propia dirección, él hacia su pretérito imperfecto, ella hacia su futuro imperfecto.

Irina Batakova (Berestá, 1970). Graduada en la Academia Nacional de las Artes de Belorusia. Trabajó como diseñadora e ilustradora de libros. Graduada del Instituto Literario Gorky (2010). Ganadora del X Festival Internacional Voloshin en la sección “Prosa” (2012), laureada con el Premio “Gulliver Ruso” en la sección “cuento corto” (2015). Sus cuentos  se publicaron en las revistas “Niemen”, “El Monólogo”, “El Diapasón”, “Florida”, “Los Relatos de Belkin”, «Homo Legens», “Gvideón”, “La Amistad de los Pueblos” etc. Vive y trabaja en Minsk.

Traducción al castellano por Olga Slyunko

ARENA

Petya llegó en la noche. “Buenas noches, -- dijo él con la dulzura de Cambridge en la voz, -- me llamo Petya”. Y extendió a los amos de la casa un brazo pelirrojo entrenado – primero a Nicolás, luego a ella. Al principio no discernió bien los rasgos de su cara. Una lámpara en el corredor estrecho, enroscada en alto debajo del techo y tapada por la estantería de gorras le sombreaba la cara del visitante con reflejos amarillos acompañados con sombras fuertes, alumbrando bien sólo su coronilla. Cuando empezaron a tomar se supo que Petya ya había estado aquí antes. De verdad, cómo lo podríamos olvidar… Exacto – sí pasó, pasó, cinco o no sé cuántos años atrás, ¿a lo mejor en otoño? Sí, por ahí en septiembre – el humo de las hojas quemadas, la lluvia… Nos presentó Agueev, claro, claro. Recuerdo que servimos encima de una tabla: una botella de vino, naranjas, uvas nubladas… unas dos rubias piernonas (Agueev las trajo) – Natusik y Verunchik, algo así. A Petya lo pusieron en el centro de honor, Verunchik se acomodó al lado. Agueev acariciaba al amigo con la mirada enamorada (les presento mi compañero de la escuela, un genio científico) – Petya con una mirada infantil volteaba la cabeza curiosa a todos lados, Verunchik se acurrucaba por el miedo de rasgar las rodillas brillantes con los bordes de la tabla. Y de dónde es usted, ¿de Houston? ¿De Texas? -- ¡vaya, qué fin del mundo!, a lo mejor regrese, Petya, por ahí no entienden el humor ruso y sirven comida mexicana. Y ¿qué es lo que hace por allá en su obser…vatorio? O, es una larga historia, vamos a brindar mejor por la amistad.
Petya arruga su frente científica. ¿Verunchik? No la recuerdo. A usted, Lenochka, la recuerdo bien… Y las rubias – ni siquiera vagamente aparecen… Y, por cierto, recuerdo esa silla – ¡qué cestería! ¿Calamus[1]? Me encantan cositas así. No se envejecen. Lástima que se desgastó. ¿Parece que en aquel entonces estaba todavía bien? Sí, y ahora hay un hueco. No importa, hasta lo hace más encantador. Se puede tender de nuevo… No, demasiado trabajo, adentro están los ganchos, hay que desarmar todo, quitar, tejer de nuevo, de la nueva corteza… Y esa cómoda – ¿parece que antes no estaba aquí? ¿Será que es nogal? Sí, es nuestro orgullo. Lo conseguimos en el mercado de pulgas, mire con qué suavidad están encorvados los ángulos. Y qué color. Un encanto. Una sección, aquella, en el centro – la hice yo para engrandar la altura. Vaya, jamás lo adivinaría, no se puede distinguir. ¿Y qué es lo blanco tan bonito por arriba? Es porcelana de Kuznetsovo[2], Petya. Lo trajimos de la mismísima Yalta[3]. Aquí está, mire. M-m-m. Sí, muy delicado. Nunca estuve en Yalta. ¿Cómo no? Así es, jamás estuve en Crimea. Es un delito. Es ofensivo -- nunca visitar la Crimea. Así pasó – no visité por allá. Hay que corregirlo. Estoy de acuerdo. Venga otro verano y nos largamos por allá. Con muchísimo gusto. Pero me doy cuenta por el contenido de la estantería que le gusta Schnittke[4]. A mí – no, me duele la cabeza, no lo entiendo, es todo de Kolya. Sí, todo es mío. ¡Pero qué es eso! – mire aquí, ¿Ve? Ooo... ¿Quién lo explica? Vamos a ponerlo. Todo eso tiene que ver con los recuerdos de la juventud. Entiendo. Escuche eso… Carajo, otra vez se tranca. ¡Qué vaina! Déjalo, Kolya, eso no se puede recuperar. ¿Más tecito? Puede ser. Petya, cuéntenos sobre la irradiación relicta, dicen, que ahí es donde la física se pega al concepto del Dios… Bueno, saben… ¿Por qué no?... Si alguien necesita esa hipótesis, por qué no... Etcétera.
Petya, visítenos otra vez. Hablamos tan bien hoy sobre la teoría de Big Bang, también muchas palabras cariñosas se dijeron sobre la cómoda… -- ¡Ja-ja-ja! Lenochka, siempre, estoy listo hasta el amanecer… ¿qué es lo que dice, ya amaneció? ¿¡Las cuatro pasadas?! Entonces de verdad es hora de irme, a lo mejor. Sí, qué pena…Hasta luego, nos vemos. Cuidado, no se enganche, aquí tenemos cosas amontonadas. Ay, disculpa. Se esparció. No importa, no lo levante… Igual mañana hay que aspirar – ¿si oye cómo cruje la esterilla de la arena que tiene? De pronto fui yo quien la trajo… No-no-no, ese viene arrastrándose solo de no sé dónde, es de castigo, no tienes tiempo de pensarlo y todo ya está cubierto con arena. Bueno, hasta luego. Buenas noches, ya buenos días. Fue un placer… Igual. Hasta luego. Hasta luego.
Agotados al fin van a dormir. Pero Petya sigue hasta en el sueño. “¡Lenochka!” – se siente un susurro caliente al lado. Se ve sólo su mejilla con una esquina de la boca – pero es suficiente para entenderlo todo. “¿Todavía sigue aquí? – quiere estar sorprendida, pero no puede abrir los labios, porque la mejilla de Petya está apretada fuertemente contra su cara. La mejilla no se mueve, blanca, se derrite. En unos minutos todo está totalmente silencioso, sólo se escucha como el latido rápido del corazón se disipa en el goteo de la lluvia contra la lata. La lluvia se calma. Un día claro y nublado. Tratando de no mirar al lado del esposo durmiente, Lenochka camina lentamente descalza a la cocina, arrastrando en los hombros la cobija – para tomar de la tetera el agua con migas de cal y fumar.
Pero Petya seguía. Él venía y llamaba cada día. “Buenos días, soy yo, Petya. Bueno…” – anunciaba él con una voz agachada de humildad, como si estuviera callando el grado de su grandeza y conteniendo las emociones festivas de su interlocutor. Bueno, dice, traigo alegría, pero así es mi vocación – traer alegría. Cualquiera haría lo mismo si fuera yo. Saben, así es. Qué vamos a hacer. Así soy yo. Aquí estoy, querido y deseado. Buenos días. ¿Vamos a dar un paseo por el malecón hoy? Y así, a lo largo, a lo largo, hasta el final, hasta el atardecer – veremos como el sol se mete en la ranura estrecha del horizonte, escucharemos el chapoteo del catamarán tardío, los patos asustados echarán a volar del esparganio[5], dejarán correr las alas, acelerando el viento, y el viento acelerará con todas, empezará a dar vueltas por la ciudad, quitará las hojas del cerezo[6], dispersará por los senderos del parque la basura blanca de inflorescencia, comenzarán a balancearse los sauces[7] encima del agua, despertarán a las sirenas del río, y ellas estirarán hacia nosotros sus brazos malaquitas y cantarán las canciones tiernas de la muerte… Petya, Petya… Nunca estaremos juntos.
¿Y cuándo usted, Petya, planea reanudar su actividad científica al otro lado del océano? – Creo que en un mes. Sí, seguro. Más o menos.
¡Un mes entero! ¡Sólo un mes! ¿Cómo vamos a hacer sin él? ¿Qué pasará? ¿Cómo puede ser? No, es absolutamente imposible.
¿Y para que necesita ese Texas? – es peligroso por ahí, las praderas, cactus, ranchos, sombreros, cowboys en las botas coloridas. Me imagino como usted, Petya, que no es de ese mundo, camina por las praderas, por los senderos del coyote, por los desfiladeros, por las vías de migración de antílopes – con un astrolabio[8] en la axila, con un gorro del estrellero – un caminante solitario en la noche, mi corazón sangra. Un telescopio gigante crece de su iris, como un tallo de frijol mágico – atravesando las nubes y perdiéndose en el cielo roto. Usted tropieza con cada paso, porque tiene que caminar con la cabeza levantada para cargar ese óptico ojo titánico en la posición vertical, – mantener el equilibrio del acróbata, de lo contrario el cielo caerá a la tierra como un platillo de circo sin soporte. Que caiga encima de Texas. Y aquí – manténgalo un poquito más encima de nosotros. Quédese. Cuéntenos sobre el viento solar y los agujeros negros en el universo, todavía tenemos de qué hablar.
De pronto me demoro otra semanita, dice Petya con aire pensativo y rigurosidad. ¡Y en este caso por qué no irnos a alguna ciudad X! ¿Saben qué vista de atardecer tiene la Montaña del Castillo de aquel lugar? Las colinas como panes colorados están acostadas en las quebradas cubiertas con niebla, sobresaliendo de la obscuridad con sus costados redondos agrietados. El aroma a horno sofocante del verano está condimentado con enebro[9] y tomillo… Ay, ya estoy impaciente. ¡Vamos, vamos! Mañana, por rocío matutino. ¿Cómo que ya amaneció? ¡Entonces salimos de inmediato! Rápido, rápido, porque de lo contrario llegamos tarde, de repente todo roseó de una manera rápida e inevitable… Lenochka, ¿dónde estás? Si nosotros ahora mismo en este mismo instante no nos apresuramos, no hacemos este último esfuerzo sobre sí mismos… Pero qué es lo que pasa, no tiene que arrastrarme, usted me ha roto las medias, y de ahí se esparcieron las cebollas – ¿y ahora cómo voy a cocinar la sopa? Todo se ha dañado. Y no se ponga a consolarme. Y además no estoy lista para nada, no lo sé hacer, nunca lo he hecho, ¿y usted, Petya? ¿Usted sabe recibir el atardecer? Claro que sí, Lenochka, mi amor, en este asunto soy un maestro. Confíe en mí. Así, sí, y esta mano – por aquí. No-no, espere, no puedo así – un momento tan emocionante, me tengo que poner un vestido especial para el acontecimiento. ¿Dónde está? ¿Lo has visto, Kolya? Hace poco lo vi… este no, este tampoco, tampoco… Guácala, son unos trapos hechos polvo. Todo está perdido. Rápido, rápido, estamos tardándonos, Lenochka, ¿dónde te perdiste? No lo entiendo, no reconozco nada aquí. Todo está hecho de una manera tan movediza, absurda, incómoda… Todo se desbarata y se desmiga ahí mismo en las manos, se vuelve polvo y arena. Me hundo, ya no veo soporte ni sentido en nada… Cuántas veces he dicho que hay que llamar a un artesano para que lo repare. No te preocupes, Petya va a arreglar todo, lo va a hacer todo correcto. Petya sabe en qué posición hay que recibir el atardecer. Sí, lo sé, así soy yo, pido que me quiera y respete. Ay, Petya, ¿es posible no quererlo? Bueno, entonces confíe en mí rápido, vamos, déjeme ayudar, ábrase un poco, y después me ocupo del resto. Ánimo. Relájese, así… Sí… Sí, bien… Sí… sí… sí… sí… ¡Sí!... sí, sí, así, sí, sí, sí, sí, sí, sí, muy bien, así, ¡sí, sí, sí, sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Sííí… ааа, аааааааа, ааа  ааа аааааааааааааа аааааааааааааа… ¡Оооооооооооо! Аааааа… 
¿Ahora lo ve?
¿Qué?
¿Cómo qué? Usted dijo que ya no veía sentido en nada. ¿Ahora lo ve?
Muy confuso. Todo el tiempo me lo tapa algo.
En este caso estírese como un brote verde y aproveche el obstáculo como un soporte – agárrese y trepe, trepe arriba.
¿Y el sentido?
Usted se va a acercar a él apenas empiece a trepar… o sea crecer.
Todo en vano. Alrededor sólo hay arena, arena, arena, yo me marchito.





[1]Calamus es una liana de la familia de palmeras que se usa para la producción de muebles y como material de construcción.
[2] Porcelana que se hace en la ciudad de Konakovo (antes de 1930 Kuznetsovo), la región de Tver en Rusia.
[3] Yalta es una ciudad en la Crimea.
[4]Alfred Gárievich Schnittke (en ruso: Альфре́д Га́рриевич Шни́тке) (Enguels, 24 de noviembre de 1934 - Hamburgo, 3 de agosto de 1998), fue un prolífico compositor ruso, que vivió sus últimos años en Alemania. Es considerado uno de los más importantes músicos tardosoviéticos.
[5]Carex es un género de plantas perteneciente a la familia de las ciperáceas  distribuidas por casi todo el mundo pero con predominancia de las regiones frías y templadas. En la cultura popular se considera como protector de la brujería amorosa.
[6] El cerezo de racimos, o cerezo aliso, es una especie de árbol natural de Europa. Es un arbusto o pequeño árbol con las hojas caducas y flores blancas olorosas dispuestas en racimos largos y colgantes. El fruto es del tamaño de un guisante, negro y acre. Es un símbolo de la juventud y belleza femenina, ternura, pureza y amor.
[7] Salix o  "sauces" (el nombre común) se distribuye por las zonas frías y templadas del Hemisferio Norte, principalmente en tierras húmedas cerca al agua. El símbolo del sauce es el eterno ciclo de la vida.  Aparece como un símbolo del eterno renuevo cíclico. Al igual que las hojas del sauce al caer, los hombres al morir renacen en el gran espíritu.
[8] El astrolabio es un antiguo instrumento que permite determinar la posición y altura de las estrellas sobre la bóveda celeste. El astrolabio era usado por los navegantes, astrónomos y científicos en general para localizar los astros y observar su movimiento, para determinar la hora a partir de la latitud o, viceversa, para averiguar la latitud conociendo la hora.
[9] Enebros (que conservan el follaje juvenil espinoso toda su vida) o sabinas (que conservan el follaje juvenil espinoso solo los primeros años) son coníferas arbóreas o arbustivas, pertenecientes a la familia de las cipreses. La madera es aromática, de color rojizo, grano fino, muy resistente a la putrefacción, fácil de trabajar; se ha empleado en ebanistería y da buenos pilares y vigas. Es un símbolo de la vida eterna.

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