Pierre Castro Sandoval (Trujillo, Perú 1979) y Olga Slyunko (Blagoveshensk, 1987)

Pierre Castro Sandoval (Trujillo, Perú 1979) Ha publicado los libros de cuentos Un hombre feo (Borrador, 2010) y Orientación vocacional (Paracaídas, 2015). En el 2012 obtuvo el Premio Copé de Plata con su cuento “El río”. Pueden leer más historias suyas en su blog huesohueso.blogspot.com 



FLORA

Tres días a la semana me llamo Flora. Me llamo Flora y soy un ama de casa que compra en METRO con su tarjeta METRO y que debe en esa tarjeta 2579 soles. Lo sé porque una señorita con voz de fotocopiadora me llama por teléfono para recordármelo. Me llama tres o cuatro veces por semana. Cuando el teléfono comienza a timbrar, yo todavía soy Pierre y estoy leyendo. Cuando digo Aló, todavía soy Pierre y he cerrado mi libro. Pero una vez que ella toma la palabra, soy Flora y le debo 2579 soles a Metro. Naturalmente, yo le digo que se ha equivocado de número, pero ella asegura que tiene el número correcto y que yo debo ser Flora. Le digo que no, que ni siquiera conozco una Flora. ¿No es su mamá? dice la pendeja ¿su tía, acaso? No. ¿Está seguro? Bueno, la conversación continúa en la misma dirección un rato más. Cuando por fin cuelgo, intento volver a mi lectura, pero no puedo. Estoy pensando en Flora. ¿Quién será esa Flora? Al principio, me la imaginaba como un ama de casa simpática. Una gordita cuarentona y gastalona que sale de Metro con el carrito lleno y dos niños pequeños orbitándole las piernas. Pobre Flora, pensaba yo, debe andar corriendo como loca para juntar los 2579 soles. ¿Lo sabrá su marido? ¿La irá a zurrar cuando se entere? Su dolor era el mío. Sin embargo, a medida que las llamadas persistieron durante meses, incluso hasta invadir mis mañanas de domingo, la imagen de Flora se me fue deformando. Al primer mes le borré a los niños y se le fue como el 80% del encanto. Al segundo mes vacié el carrito de frutas y galletas coronita y lo llené de tintes LOREAL y alimentos dietéticos. Al tercer mes, reemplacé al marido opresor por un tímido esposo trabajador que se deslomaba para satisfacer sus caprichos. Y ya para el cuarto mes, me la imaginé divorciada y prófuga en el Caribe, tomándose una piña colada con dos morenos fornidos aceitándole y masajeándole la malagua. Gorda cachera, pensé, por tu culpa llevo meses sin poder leer tranquilo. La vaina es que hoy, la señorita que llama, ya no me ha dicho que se comunica de parte METRO, sino de un lobby de abogados. Carajo, es lógico. Supongo que tras tantos meses, ya se cansaron de esperar y están cazando a Flora como a una marrana en día de feria. Las vacaciones se le han acabado. La imagino -mismo Thelma y Louise- en un Ford Thunderbird, acelerando por una autopista mexicana con una docena de patrulleros siguiéndole el paso. La escucho reír demencialmente dentro del carro mientras mete la mano a una bolsa de doritos y jura que no la atraparán con vida. Eso es, le digo mentalmente, no nos atraparán con vida. La veo desesperar, salirse de la autopista, siento en mis huesos el traquetear de las llantas contra la arcilla del desierto, la sorpresa de los policías, veo el acantilado a través de sus ojos y finalmente el silencio del auto volando hacia el vacío. Entonces pienso: ya no sonará más mi teléfono. Ya nadie me llamará Flora. Y estoy feliz. Y sonrío. Y es también como morir un poco.





Olga Slyunko (Blagoveshensk, 1987) Graduada en la Universidad Lingüística de Moscú y en la Escuela de Drama de Herman Sidakov. Participó en diferentes proyectos de cine y teatro. Trabajó como escritora creativa en el proyecto “Los Fíxicos” de la editorial “Umnaya Masha” y participó en la creación de las ideas y el contenido de los libros para niños. En 2010-2014 trabajó de traductora y curadora de programas cinemáticos para el Festival de los Cortos de Moscú “Primera Obra”. Los últimos 4 años reside en Venezuela. En este proyecto es la traductora de los cuentos al español y compiladora de los cuentos rusos y latinoamericanos.




TOMA

“Georgito, ¿me puedes restregar la espaldita por favor?” – se oyó una voz coqueta desde el cuarto de baño medio abierto. Es uno de los primeros recuerdos vivos con ella. Era una flor exhalando aromas. “¿Esta floreciente mujer es su mamá?” – le preguntaban asombrados a su hija siempre cansada. Un esposo se ahorcó, el otro se dio a la bebida, pero ella seguía exhalando aromas. A ella le encantaban las fiestas ruidosas a la orilla del mar con las ollas y sartenes llenas de pasta “a la marinara”, pimentones rellenos, plov[1], diferentes ensaladas, panqueques – siempre había un montón de comida riquísima alrededor de ella, y por supuesto vodka casero hecho con las cáscaras de mandarinas, -- todo eso acompañado de la voz ruidosa del hijo adoptivo más querido: Igorechek. “¡Estoy tan borracha que no llego hasta la casa!» -- se oía desde los olivos silvestres de Crimea que nunca maduraban. “Amigos, vamos a tomar. ¡Eso nos une tanto!” – balbuceaba Toma y en su cara fluía una sonrisa juguetona e inocentemente traviesa.
Aquí está ella celebrando el Año Nuevo, teniendo sólo unos calzoncillos y sostén puestos, está bailoteando agarrada de las manos con su novio de turno apodado Rata. Ella es una dama de talla exuberante, él es una rata esquelética. Ella alza sus brazos frondosos y gira los pétalos de los dedos de un lado a otro.
Toma bailaba más con el alma que con el cuerpo. El cuerpo era muy voluminoso, con gran esfuerzo y ahogamiento lo arrastraba hasta el segundo piso del edificio de cinco pisos de los tiempos de Stalin, donde vivía en este entonces ya sola en un apartamento de dos cuartos con un balcón. En el pasillo, justo encima de la puerta de entrada, día y noche funcionaba una radio, que transmitía la voz querida de Igorek. Así se sentía con más alegría. Y bueno, al fin de cuentas no afectaba mucho las cuentas de la electricidad, ya que el vecino ayudaba a girar el medidor en la dirección contraria.
Aquí estamos otra vez donde la abuela, ella sirvió una mesa grande, congeló jolodets[2], hizo ensaladitas, destiló vodka casero, prendió con alfileres a la nuca un moño con sus propios pelos acumulados por años y ahora está luciendo feliz porque otra vez todo salió bien. “¡Con ánimo para la bola!” – grita ella con una voz aguda, alza las manos con los puños y los sacude con energía. Parece que está a punto de lanzarse a la lucha.
Toda la vida trabajó en una planta de construcción naval y cuando se retiró, se puso a trabajar de portera en un instituto marino más cercano a la casa. Nosotros pasábamos “de visita” donde ella, cuando no había nadie en el instituto, vagábamos por las aulas vacías y larguísimos oscuros pasillos, jugábamos al escondite en el guardarropas y retozábamos en el patio. Y además cuando la abuela tenía un turno nos gustaba pasar por su casa y ojear por horas las fotos viejas de blanco y negro buscando caras conocidas. La veíamos de buena planta, joven, atlética, con un lunar provocativo en la ceja. (“Me decían: “Ay, esas piernitas, como si alguien las hubiera tallado en un torno”, suspiraba ella de vez en cuando). Nosotras abríamos dos enormes cajones de calzado y medíamos por turno todo su contenido. Brincábamos en un sofá elegante con un montón de cojines rojos con dibujos, construíamos con ellos unas barricadas y diferentes casitas. Abríamos al azar la guía de teléfonos y llamábamos a cualquier número, diciendo a la gente desconocida diferentes groserías y colgando de inmediato… Después de nuestras visitas Toma cabeceaba: “Sodoma y Gomorra…”
En una de esas “incursiones” encontramos un verdadero testamento. Nosotros no entendíamos para qué servía, pero sabíamos que lo escribían antes de morir. Y me puse muy triste pensando que todo ese mundo iba a dejar de existir para siempre. No habrá alegría borracha de sobremesa en los días festivos, telenovelas latinoamericanas (¡Oh, Rosa Salvaje, Simplemente María y Manuela[3], cómo suelo extrañarlas en mi adulto estado mental!). No habrán barquillas deliciosas de crema cocida y cuentos sobre algunas viejas que no le agradaban para nada: «¡Dios mío, que te cagues y no tengas agua para bañarte!”
Ahora me queda de ella sólo un anillo de bodas que me dio durante nuestro último encuentro. Pero en mi corazón ella sigue con su risa aguda, sacudiendo los puñitos y girando los pétalos de los dedos en la danza exaltada del alma.







[1] Plov es una especie de paella rusa.
[2] Jolodetz (en ruso «холодец») es caldo de carne congelado.
[3] “Rosa Salvaje”, “Simplemente María”, “Manuela” son nombres de telenovelas latinoamericanas populares en los años 90 en Rusia y Ucrania. 

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