Leila
Guenther (Blumenau, Brasil 1976) Formada en Letras en la Universidad de São Paulo, Brasil.
Sus libros: O voo noturno das galinhas
(Ateliê Editorial, 2006), traducido al español (Borrador Editores, 2010), la
edición artesanal de Este lado para
arriba (Sereia Ca(n)tadora, Babel, 2011) y Viagem a um deserto interior (Ateliê Editorial, 2015). Participó de
antologías como 50 versões de amor e
prazer: 50 contos eróticos por 13 autoras brasileiras (Geração Editorial,
2012), Cusco, espejo de cosmografías:
antología de relato iberoamericano (Ceques Editores, 2014) y 70 Poemas para Adorno (Nova Delphi,
2015).
NAUFRAGIO
Él lloraba y no había nada que yo pudiese hacer.
“Estoy enfermo”, pensé. Aquella dificultad de discernir lo real de lo onírico
volvía. Y también la sospecha de que otro estuviese en mi lugar, mientras mi yo
vagaba por ahí sin rumbo, secuestrado de mí. De nuevo aquel sentimiento extraño
de no reconocer lo que volvía: constatar la inutilidad de los cuchillos, de los
gestos, de las palabras y sus acentos, y no saber cómo usarlos más. Bastaba un
pequeño cambio en el horizonte, incluso lo previsible, para perderme una vez
más, sin garantía de encontrarme, algún día, en la sección de los hallados. De
nuevo la pesadilla crónica de estar hundiéndome, inmóvil, al punto de no ver
más la arena. A lo lejos, una música decía, melancólica: “y todo lo que yo te
puedo dar es la soledad con vista al mar”. Pero, de repente, me encontraba en
tierra firme, recuperando el aliento, intentando desviarme de aquellos ojos
que, húmedos, me recordaban vagamente al océano en cuyo fondo silencioso yacen
los ahogados.
Elena Digina (Moscú, 1957). Estudió economía.
Estudios en filosofía pitagórica. En 2012 con la invitación de sus amigos llegó
a Venezuela, Isla de Margarita, donde reside actualmente. La actitud filosófica
hacia la vida combinada con el aire místico de América Latina dio sus frutos de
las primeras pruebas literarias.
Traducción por Olga Slyunko.
Traducción por Olga Slyunko.
EL FUNERAL
Como si me hubiera muerto.
Bueno, no hay ninguna
duda, soy yo. Y los olores de las preparaciones de las exequias están por
vislumbrarse. Empezará a surgir de no sé dónde un grupo de familiares… A
propósito, ¿estoy yo muerta o serán ellos?
De todas formas ya se sabe qué es lo que va
a suceder ahora, sólo falta oprimir un botón. Bueno, pasará o no, todavía no se
sabe, pero parece que nadie me ha notado todavía, y entonces todo está pendiente en algún nivel y tengo un
poco de tiempo para mí.
Entonces.
¿Qué cambió? Todavía no noto ninguna diferencia. Puedo interactuar, hablar con
la gente, lo más importante es que no sean “familiares y allegados”, ellos sí van a echarme el gancho sin falta.
Lo único que adquirí es mi cuerpo muerto. Aquí está, acostado al ladito.
¡Alto!
Parece que sé lo que hay que hacer. Tengo que ENTERRARLO YO MISMA. Es lo
primero. Y lo segundo – yo sé dónde hay que hacerlo. Hay que arrastrarlo sí o
sí hasta aquel lugar donde me encontré con la muerte por primera vez. Y
experimenté un horror inhumano incomprensible que duró por años. Al menos eso
lo recuerdo muy bien. Tenía ocho-nueve años. Murió mi tía de cáncer. Y por
primera vez en la vida me encontré en la iglesia y de una vez en la misa del
entierro. Como piedra caída del cielo en mi niñez ateísta. Entonces hay que ir
a esa iglesia. Y enterrarlo por ahí cerca.
No hubo
ningún problema con el ataúd. Lo compré rapidito, gracias a Dios ahora en Moscú
se puede comprar lo que sea, sólo necesitas tener la plata. Y sin preguntas
innecesarias. Lo acomodé todo, el tamaño quedó bien, y todo tan limpiecito,
arregladito. Carajo, ¿quién está haciendo todo eso? ¿Soy yo? Caramba…
De alguna
manera quepo toda en la bolsa, y no es pesado cargarlo, verdad es que se ve
voluminoso, y está a punto de romperse la bolsa, pero no importa, lo cambiamos
en el camino.
Ya, listo,
ahora hay que buscar la iglesia. Dios mío, ¿pero dónde está? Recuerdo que
estaba entre Paveletskaya y Novokuznetskaya[1]. El barrio pequeñito, ¡pero
como ha cambiado! Lo rehicieron por completo, pero mis puntos de referencia que
son los nombres, Paveletskaya – Novokuznetskaya, están ahí, con eso está bien.
El plan es fácil. Aquí en este palmo de terreno debe haber cinco iglesias. Hay
que preguntar, todavía está claro, alcanzo a andar todo, y con la mirada lo
recuerdo.
Bueno,
parece que ya tengo prisa, debo aprovechar antes de que se haga oscuro. Y el
resto también empieza a desgastarse. La bolsa está toda arrugada, el ataúd ya
se nota, la verdad es que se achicó, y ahora está hecho de plástico azul. Dios
mío, mientras lo llevo, ¿qué estará pasando ahí adentro? La tapa todo el tiempo
se corre. Pero hasta ahora todo está organizado muy bien. “El cuerpo” se
comprimió de alguna manera y se corrió, y ahora está al lado de él una
escultura pequeña de la Virgen, como en muchas casas en Venezuela – parece una
muñeca en ropas blancas.
¡Ay, carajo!
Ya alguna vieja quiere meterse a mirar. Una vieja sencilla, del campo. Sólo que
en ese lugar moderno las señoras más sencillas son las más brujas. La culebra
está mirando de reojo a mi maleta, y veo que está muy ansiosa por saber con qué
cosa estoy andando por aquí. Pero no, mi amor, eso no es asunto tuyo. Y con mis
preguntas le miro directo a los ojos: ¿Sabe dónde están las iglesias? ¡Jah!,
ella sí que sabe, me lo contó todo de inmediato.
Al fin
encontré la mía. A decir verdad es difícil de juzgar si logré hacer todo. Hoy
en día “hasta en la iglesia todo es al revés”, pero algo sí salió bien, porque
lo siguiente que recuerdo es arrastrar mi carga para taparla. Ya está
oscureciendo y no está nada claro cómo voy a hacer todo eso. Hay que escavar la
tierra, pero está todo asfaltado alrededor… No hay tiempo para pensar. De
alguna forma lo haré.
Pero eso ya
es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario